Era el 29 de diciembre de 2009 y como todos los viernes Adriana se acercaba a la parada de tren sobre las siete de la tarde esperando ver a los pasajeros que descendían a la vía.
Así lo había hecho durante los pasados veinte años. Esperaba a que el último pasajero del tren se apeara y no viendo a quien presumiblemente buscaba se marchaba con pasó ligero y cabizbaja.
Había gente en el pueblo que ya conocía su historia y aún osaba a preguntar.
¿No ha venido tu acompañante Adriana? Esta dolida pero con resignación respondía: tal vez se le escapó el tren y vendrá la próxima semana……..
Así era Pastrana del campo, un pueblo con no más de novecientos habitantes donde todos se conocían y estaban enterados de las amarguras y alegrías que allí se vivían.
El verano era la estación en la que más actividades se compartían. Se bañaban en el pequeño riachuelo que hacía gala de unas aguas cristalinas aunque algo frías para esas fechas.
Los niños chapurreaban en el agua como una bandada de patos y por el ruido que causaban interrumpian al cura en la misa de la tarde.
Por la noche se engalanaban con sus mejores ropas y se acercaban a la verbena.
Allí, el puesto de manzanas acarameladas, piñas garrapiñadas y algodones hacia su agosto.
No había joven que no se preciase de obsequiar a su acompañante con algún detalle de los puestos que tan deliciosamente estaban adornados.
La orquesta tocaba canciones populares que el público con nostalgia les pedía y los más osados no dejaban de bailar agarrados si la musica lo permitia.
Allí fue donde Adrina conoció a quien le robó su corazón y todavía no le ha devuelto.
Una de esas noches de verbena Adriana, estaba junto a la orquesta cuando un desconocido se le acercó y la invitó a tomar un algodón rosado.
Ella en un principio dudó pero después atraída por el delicioso olor a fresa de los puestos de algodón, accedió y ambos se acercaron al puestecíto.
Empezaron a hablar como si se tratase de amigos que se conocían de toda la vida y después se animaron a bailar al son de la orquesta.
Era una noche mágica de luna llena, una de esas noches en las que parecía que estaba prohibido amanecer.
Al final de la madrugada, la gente se iba retirando de la plaza y la orquesta ya había recogido todos sus bártulos. El joven le pidió a Adriana que le acompañase a la estación ya que se le había hecho tarde y debía coger el próximo tren.
Se encaminaron hacia la estación que no quedaba más allá de tres calles y por el camino acordaron volver a encontrarse.
Se oía ya el silbido del tren y el muchacho se aproximó a Adriana y le susurró al oído: "Nos veremos en esta misma estación a las cinco de la tarde el próximo viernes"
Allí acudió puntualmente a su cita Adríana durante los últimos veinte años y aún espera que llegué ese viernes en el que su acompañante le pida el próximo baile.
María
Creo que Adriana es un ejemplo de las muchas mujeres que siguen esperando al que creen que fue el amor de su vida. De esta manera pierden su juventud esperando a alguien que quizas no volverá.
ResponderEliminarPiedad Contreras Guerrero