Ainda del Mar había hecho toda su vida lo que se esperaba de ella…………..
Estudiar una licenciatura, ser una buena hija y contraer un buen matrimonio. Todas esas cosas que se esperaban de una mujer de su generación las había cumplido. Aunque ¿eran realmente lo que ella quería para si misma? A sus cuarenta años se sentía perdida y no se conocía.
Se había dedicado a seguir lo esperable y correcto pero nunca había pensado si realmente era lo que ella había deseado.
Un océano de dudas empezó a cubrir su mundo, ya no quería seguir viviendo impulsada por las olas de fiero mar, por primera vez, quería ser ella la que condujera el barco de su vida.
En sus cuatro décadas de vida nunca se había parado a pensar. Era demasiado impulsiva y siempre se dejaba llevar por su actividad incansable que no la dejaba parar.
Una mañana fría de noviembre por primera vez paralizó su apretada agenda de vida y comenzó a reflexionar sobre ella. De repente estalló a llorar con un desconsuelo propio de la muerte de un ser querido.
Lloraba amargamente porque había pasado la mitad de su vida y a penas si se conocía.
Lloraba su propia muerte y se sentía ajena a su cuerpo y a su mente era como si sus recuerdos ya no formaran parte de ella.
Empezó mirar por la ventana de su habitación con la curiosidad propia del niño que va por primera vez a una feria de atracciones.
Su entusiasmo comenzó a crecer pensando en una nueva vida en la que ella era la que elegía el camino y la llenó por un momento de fuerza y esperanza.
Empezó envolviendo toda la ropa que ocupaban sus armarios y que pensaba que ya no quería volver a vestir porque eran parte de su otra vida que había concluido.
Se sintió libre, como si le hubieran quitado una mochila pesada de la espalda y pretendió proyectar como quería empezar en esta nueva escuela de la vida. Si quería sentarse a escuchar o si quería ser ella la maestra.
Mientras recogía lo que le angustiaba y creía que le molestaría en su nueva etapa, recordó una historia que le había contado su abuela hacía muchos años, de un barquero que llevaba siempre mucha carga en la barca porque le pedían muchos favores los que le conocían y nunca paraba de hacer el camino de otros sin poder llegar a su propio destino.
Esa fue la frase que empezó a sonar en la cabeza de Ainda, el camino que iba a empezar a andar, salió de su casa y empezó a caminar en un pueblo en el que había vivido toda su vida pero que ahora empezaba a ver con los ojos de una primera vez porque eran los ojos de una forastera.
María Aliaga